(POLILOGISMO II)
Coincido con Von Misses y Popper que la razón es una y única para todo el género humano, completando Popper esta idea al concluir “ que debemos reconocer en todo aquel con quien nos comunicamos, una fuente potencial de raciocinio y de información razonable” (Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos). Es decir, no hay categorías organizadas en colectivos humanos con diferentes formas de razonar. La racionalidad es una para todos los seres humanos, y cada uno puede tener su potencial forma de razonar. No hay raciocinios ni estructuras lógicas de diseño para cada grupo que nos queramos inventar o constituir por dogmas o criterios ideológicos. Ni siquiera la cuestionable sociología del comportamiento, que para Misses es una derivada también de una mecánica polilogista, acierta en su solución para evitar caer en totalitarismo polilogistamediante la socioanalización y auto depuración del individuo, que le puede hacer desprender de su subjetividad contextual, y acceder a una objetividad cierta. “La lucha contra la subordinación no puede ser el resultado de la propia situación de subordinación.”, sentencia Popper. Por tanto, esa “inteligencia libremente equilibrada” de la que habla la sociología del comportamiento, reiterando como los críticos Popper y Misses, es intrínseca en cada ser humano a partir de la racionalidad natural y única de todo el género humano.
Ergo, partiendo de que ya no se dan las circunstancia ni revolucionarias ni subversivas para imponer polilogismos como el nazi, el fascista o el soviético, ¿cómo se ha logrado la instalación del polilogismo progresista socialdemócrata y globalista, en el Occidente de los sistemas políticos garantistas de derechos individuales? ¿Cómo ha podido funcionar la estrategia socialista hegemónica de La Clau o la interseccionalidad del feminismo colectivista de desintegración social de Kimberlé Crensaw? Una palabra es la respuesta: CONSENSO.
El consenso no fue creado en luchas políticas soberanas, y menos en modelos de aspiración democrática. Como nos decía don Antonio García-Trevijano, es un método que inventó la Iglesia católica Romana para establecer una unidad básica en los dogmas teológicos, durante el Concilio de Nicena-Constantinopla de 325 D.C. Lógicamente si se fundamentan verdades trascendentes absolutas, deben estar consensuadas o no son verdades absolutas. Los sistemas de Estado de Partidos (magistralmente explicados por el jurista Marcos Peña en su obra publicada al respecto), que se fueron instaurando tras la Segunda Guerra Mundial en Europa, implementaron este método sublimado como valor máximo de las pseudo democracias partidocráticas. Recordemos a Gerald Leibholz, presidente del Tribunal Supremo de Bonn de la Alemania federal, expresando para justificar la prohibición del nazismo y del comunismo, que el estado de partidos es superior a la democracia representativa porque no busca representación del pueblo, ni ejercicio de su libertad soberana y constituyente, sino “integrar a las masas en el Estado”. Ahí el consenso se vuelve un instrumento imprescindible, pues debe determinar un statu quo entre los partidos políticos que son el sujeto del poder soberano.
Como nos ilustra don Antonio en su obra maestra Teoría Pura de la República “La soberanía es más cuestión de hecho, de potencia superior única, que de derecho. En los estados de partidos la detenta la sinarquía o sindicatura de poder de los partidos estatales”. De esta forma la sociedad civil del continente a través del consenso y su identificación como mayor valor de una democracia (cuando es exactamente lo contrario), quedó traicionada por esos partidos políticos convertidos en soberanos órganos del estado. Una auténtica prisión política de la que la sociedad civil ya es difícil sustraerse.
Trevijano lo describe en toda su dimensión en la mismo obra: “ El principal escollo que ha de superar la sociedad civil … no está tanto en la oligarquía financiera, habituada a prosperar con la demagogia igualitaria de los gobiernos parlamentarios, como en la indecorosa partidocracia que se apoderó del fenecido estado dictatorial, para continuar la dominación de la sociedad concesionaria de libertades otorgadas, mediante un poder sin control, más corrompido y corruptor, por la generalización de sus efectos, que el de las dictaduras totalitarias de las que fue su contador-partidor”.
La falsedad de la virtud democrática del consenso es observable al conocer el significado verdadero del concepto griego: Democracia en realidad no tiene el significado etimológico original que le adjudicó Abaham Lincoln en su discurso de Gettysburg y que ha sido asimilado en la cultura popular ( “el poder del pueblo”), porque entonces sería “etnoarquía”. Demos es masa o turba humana en movimiento; Kratos es fuerza; luego se refiere a la masa del pueblo que movilizas para demostrar fuerza electoral, en sustitución de ejércitos, con el fin de evitar la guerra civil ante el acceso al poder. Se trataba de sustituir ejércitos de guerreros con lanzas en electores con votos. En definitiva democracia se traduciría en su contexto como fuerza mayoritaria electoral. Así el acceso al poder ya no tendría que ser sangriento sino que se aceptaría a quien era capaz de reunir más apoyo. En términos actuales y emulando al maestro Trevijano, que la libertad política de decidir el titular del poder es colectiva, entre todos los miembros de esa república o nación soberana.
Sin embargo el consenso hace creer que se debe renunciar a la capacidad de decidir sobre el poder o cualquier asunto o elemento cultural, delegando en la práctica en una oligarquía que acuerda un statu quo por encima de cualquier constitución, ley o norma consuetudinaria. Es una falacia pues es inviable sino imposible que sociedades de millones de personas puedan definir algo unánimemente y del gusto de todos. Un mecanismo perfecto y probado del que tomaron buena nota en la Escuela de Frankfurt para introducirlo en las universidades occidentales desde Europa al continente americano. Una vez que logras que la aspiración al consenso sea considerada una virtud cívica y democrática, incluso sin estar en regímenes de Estado de partidos como es el caso de las repúblicas constitucionales de Francia o EEUU o el parlamentarismo británico, la infraestructura para instalar un polilogismo sin violencia en una sociedad occidental está establecida.
Vicente J. Ferrer de Pellicer