¿Quien introdujo a Churchill al ocultismo?
    Lady Anne Blunt contó que Churchill y su novia Clementina pasaban frecuentemente fines de semana en la finca de los Blunt en Sussex, charlando con su abuelo Wilfred y con otro de sus amigos y suegro de su hija, Lord Lytton, quien había sido virrey de la India y era hijo de Lord Edward Bulwer Lytton, uno de los esotéricos más reputados del pasado siglo.
    Diputado en el Parlamento, Lord Edward fue autor de novelas históricas y esotéricas, como “Los últimos días de Pompeya”, “Zanon el iniciado” (un cuento rosacruciano) y “La Raza que nos Reemplazara” (The Coming Race). Gran Prior de la Orden Rosa Cruz de Inglaterra y amigo de Eliphas Lévi, el gran ocultista francés, Bulwer-Lyflon invocó junto a éste, en el transcurso de una ceremonia mágica celebrada en Londres, al espíritu del mismísimo Apolonio de Tyana (supuesto Jesús de Nazaret histórico para muchos ya que fue crucificado y se le conocieron obra y milagros en el medio oriente), gran iniciado del siglo I. Hay razones para sospechar que Blunt y Lytton fueron los que introdujeron a Churchill en estos temas, que tal vez tuviese con el primero una vinculación mayor que la simple amistad.
    En la boda de este último, Wilfred Blunt estaba en primera fila, como si se tratase de un miembro de la familia, si bien es cierto que aquel era intimo amigo de la suegra de Winston y, según reconocen sus biógrafos, estaba convencido de que podría ejercer una influencia sobre el joven Churchill aún mayor que la que había tenido sobre su padre.

    Aunque luego sus concepciones políticas divergieron, siguieron siendo grandes amigos. El emblema de Blunt, que figura en la entrada de su casa y en la portada de sus libros, era un sol radiante y las palabras: By your light, I live “¡cerca de tu luz, vivo!”, palabras que parecen propias de un iniciado en la tradición solar egipcia. Su tumba en la iglesia de Bladon con Woodstock, según he podido comprobar personalmente, está encima de una línea energética y hay una forma geométrica, detectable radiestésicamente encima de la losa.
    Cuando se visita la tumba de Churchill, en Blandon, parece una tumba más en el cementerio de un pueblo inglés. Pero al hablar con el cura local me aseguró:
    “Mister Churchill me indicaba este sitio con su bastón, diciéndome: “Esto es mío y si usted se lo da a otro, volveré para aparecerme como un fantasma, ¿comprende? Por eso yo se lo guardaba para él.”
    Si uno se sitúa en la línea del eje de la losa y mira a través del valle, contempla el gran palacio de Blenheim, sede de los Marlborough, los antepasados de Churchill, y el eje de la losa es también el eje del palacio. Leyendo las memorias y discursos de Churchill, no nos deja ninguna duda sobre su actitud frente al nazismo. En ellos no describe a Hitler como un pintor de casas loco, como hacia la propaganda del gobierno británico. Hablaba del nazismo como la encarnación del mal:
    “No vamos a parar hasta que el último ápice del nazismo se extirpe de la faz de la Tierra.”

    Diversos autores han hablado extensamente de esta visión maniquea de la segunda guerra mundial, como un conflicto entre la luz y las tinieblas; uno de ellos fue Hermann Rauschning, alguien que trató muy de cerca al Fúhrer. En su libro “Las ciencias secretas de Hitler” (Editorial EDAF), Nigel Pennick da suficientes explicaciones acerca de la utilización por parte de los nazis de las fuerzas ocultas, y de la conciencia que ciertos mandatarios británicos tenían sobre ello.
    Resulta muy interesante lo que me explicó Marie Therese Fisher acerca de un equipo de radiestesistas convocado por el Ministerio de la Marina, para buscar submarinos alemanes con sus péndulos, asegurándome que tuvieron éxito en la mayoría de los casos.
    Esta señora, ya muy mayor, era amiga de Ewan Montagu, ayudante junto con Ian Fleming, que luego se convertiría en el padre literario del agente 007, como dijimos arriba y que es un anagrama para el maestro de los Illuminati John Dee, del almirante Godfrey, director de la Inteligencia Naval británica. Montagu le contó que Godfrey, siguiendo órdenes de Churchill, solía invitar a una pareja a la sala donde había instalado un enorme mapa naval del Canal de la Mancha, y allí les solicitaba que identificasen con sus péndulos los tipos y números de los barcos alemanes que estaban anclados en los puertos franceses. Un día, el almirante dijo a Montagu:
    “Tráeme a dos astrólogos, rápido. Necesito conocer las informaciones que le dan a Hitler los suyos”.

    Es bien conocida la historia de Louis de Wohl, astrólogo que se negó a trabajar para los nazis, y que logró convencer a los ingleses de que la guerra astrológica era una necesidad, ya que al poder calcular lo que los astrólogos de Hitler le aconsejaban hacer, los británicos podrían adelantarse a sus movimientos.
    Con el rango de capitán, Wohl trabajó en el Mi5, junto a Seifon Delmer y su equipo. Uno de sus principales cometidos fue concebir y difundir interpretaciones en alemán de las profecías de Nostradamus, desfavorables a los nazis, que eran introducidas clandestinamente en Alemania. Pero sobre esta fascinante historia, y todas las maquinaciones astrológicas que la rodearon en uno y otro bando, incluido el vuelo de Rudolf Hess a Inglaterra, volveremos en los próximos libros.
    Y Dennis Wheatley, autor inglés de fama internacional, apasionado por lo oculto y amigo del conocido mago Aleister Crowley, publicó después de la guerra una novela sobre la confrontación satánica de un mago negro judío contra los nazis, titulada Fuerzas Oscuras.

    Debido a sus conocimientos enciclopédicos sobre estos temas y a su fértil imaginación, Churchill, a quien fue recomendado por Brinsley LePoer Trench, Lord Clancarty, quien luego se convertiría en un prolífico escritor sobre OVNIS le encomendó la tarea de ponerse en la posición mental de Hitler y su Estado Mayor e intentar adivinar sus planes, como uno de los oficiales especiales del Estado Mayor de Churchill.
    Según asegura el propio Wheatley en sus memorias, “se me confió una misión directa dentro de un grupo de menos de treinta personas que controlaba los movimientos de los 9.600.000 soldados del Imperio Británico y tenía línea directa con el gabinete ministerial; mi cometido era de decepción”. El propio rey Jorge VI leía regularmente sus sugerencias. El mariscal del Aire, Sir Lawrence Darvall, le pidió que elaborase un plan para la invasión de Inglaterra, concebido desde la mentalidad del alto mando alemán. Aunque no existen evidencias de que se entrevistase directamente con Churchill, quienes despachaban directamente con éste consultaban regularmente a Wheatley.
    Trevor Ravenscroft, fallecido hace más de 30 años, cuenta en “El pacto satánico” (Editorial Robin Book) cómo su propio maestro Walter Johannes Stein conoció a Hitler en Viena, en sus tiempos de estudiante, siendo muy revelador el estado psíquico de Hitler, especialmente cuando se quedaba observando fijamente la lanza de San Mauricio, en el Museo de Hofburg. Tras la anexión de Austria, pudo finalmente tener bajo su control el arma que se asegura atravesó el costado de Cristo y que la tradición austríaca considera un talismán de gran poder.

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